6/23/2009

Darío Santillán: un 24 de marzo de 1998 en la plaza de Quilmes

Por Mariano Pacheco (*), Especial para El Urbanero. Fue algo extraña la forma en que conocí a Darío. Un 24 de marzo. Me encontraba, esa tarde, en plena organización de una radio abierta. La plaza que se encuentra frente a la estación de trenes de Quilmes comenzaba a decorarse con banderas. Observé a un muchacho barbado, con un buzo de Hermética, dar vueltas por el lugar. Tras unos breves minutos se sentó, solo, en un costado de la plaza. No quiero ahondar en la autoreferencialidad porque no soy yo quien importa en estos recuerdos, pero permítame, estimado lector, que realice este desvío.

Tal vez porque era uno de los más grandes del grupo – aunque tenía apenas 17 años-, o quizás porque era el más caradura, el que asumía las tareas “públicas”, me acerqué hasta el muchacho barbado y le tendí un volante. Al instante comencé a contarle: que éramos de la Agrupación Juvenil 11 de Julio; que estaba por comenzar una actividad. En cuando me puse a comentarle el significado político que para nosotros tenía aquél día, él me corta y dice: “Si, ya sé. Yo vengo a la actividad”.

Por supuesto, quedé perplejo: es que casi nunca, nadie que no hallamos invitado previamente, se acercaba a una actividad. Pero directamente duro quedé cuando agregó: “Lo estoy buscando a Mariano Pacheco”. ¿A mí? Pero, ¿por qué? ¿De donde me conocía? Antes de que llegara a preguntarle algo, él se adelantó y aclaró el panorama: “Soy Darío Santillán. Alumno de Andrea Gallegos”, remató. Eso fue en 1998.

Años más tarde relacioné esa anécdota con La insoportable levedad del ser, la novela de Milan Kundera. Claro que cuando la leí, su “teoría de las casualidades” me pareció un poco exagerada. Sin embargo, al comenzar a recordar mis primeros encuentros con Darío –por cierto, esas actividades fueron las primeras en las que participó políticamente- ya no consideré de igual manera las posiciones del autor Checo, debido, en gran parte, a la cadena de casualidades que me llevaron a conocerlo y compartir luego, con él, un camino común de militancia.

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Es una historia sencilla, de adolescentes. Seguramente no posea ningún valor histórico o sociológico. Veamos, de todas formas, de qué se trata.

Unos años antes, estudiando en el Normal de Quilmes, me puse de novio con Florencia, la amiga de una amiga, Guadalupe. Teníamos entonces 14 años y cursábamos el segundo año del secundario. Ahora bien, ¿que tiene que ver todo esto con Darío Santillán? ¿Qué tiene que ver con su militancia? Nada… o tal vez, mucho. Veamos porqué.

Andrea, la tía de la amiga de mi novia, una excelente docente de literatura (que “casualmente” también cursó el secundario en el Normal), se ofreció para una tarea verdaderamente difícil: intentar que no repitiera de año. Como era un pésimo estudiante, terminé llevándome varias materias: entre ellas literatura. Por supuesto que, con una docente como ella, pude rendir lo más bien. Y no solo eso. Desde allí comencé a leer literatura. Tal vez por eso, desde entonces, me tomo el atrevimiento de llamarla “Tía Andrea”.

Mi amistad con Guadalupe y Andrea se fortaleció. Andrea me recomendó que comprara libros en El Monje, cuyos dueños eran los padres de “Guada”, quien por esos días me regaló mi primer libro de poesía: Gotán, de Juan Gelman. Claro que Berenice y Néstor Arias no eran solamente dueños de una librería, sino que además eran fervorosos lectores. De hecho fue Berenice quien me hizo leer por primera vez a Jean Paul Sartre. “Llevá A puerta cerrada”, dijo un día en el que le pedí que me recomendara una obra de teatro. Y fue Andrea quien –tanto a mí como a Darío- nos hizo leer por primera vez a Simone de Beauvoir. Todos los hombres son mortales fue, tal vez, una de las novelas que más le gustaron a Darío.

Me imagino, se preguntarán nuevamente: ¿que tiene que ver todo esto con Darío Santillán? Y ¿qué pito toca –si es que alguno toca- Milan Kundera? Parece que la cadena de casualidades de la que hablaba el autor checo en su novela no está tan desvinculada de esta historia que estoy narrando. Si ese año no me hubiera llevado literatura a marzo; si mi noviazgo con Florencia no hubiera comenzado; si Guadalupe no hubiera sido su mejor amiga; si su tía no hubiera sido docente de literatura; si no hubiese dado clases en el Piedra buena –donde Darío cursaba el secundario-, sin toda esa “cadena de casualidades”…

En fin, la cuestión aquí es la militancia. ¡Pongámonos serios! Y hablemos de Santillán, no sea cuestión de faltarle el respeto al título de este breve artículo.

Si bien Andrea ya no militaba, y Darío, todavía no, como suele suceder, una cosa lleva a la otra: las charlas sobre la vida en general devinieron conversaciones políticas, cada vez con mayor frecuencia. Andrea le prestó muchos libros a Darío y él profundizó muchas de sus inquietudes.

Darío vivía en Claypole y cursaba el secundario en Solano. En mi caso, vivía en Bernal y estudiaba en Quilmes. Andrea vivía entre Quilmes y Bernal y daba clases habitualmente en esa zona. Pero ese año, además, dio clases en Solano y conoció a Darío.

La Agrupación 11 de Julio, que hasta entonces solo desarrollaba actividades en barrios y escuelas de Quilmes, comenzó a trabajar en Solano, ya que una de sus integrantes estudiaba en el Normal, pero no vivía ni en Quilmes ni en Bernal… sino en Solano. En su barrio, era catequista e integraba un grupo de jóvenes de una parroquia surgida de las tomas de tierras; una Comunidad Eclesial de Base orientada por la Teología de la Liberación.

Finalmente, Darío se integra a la Agrupación 11 de Julio, y luego, al Movimiento la Patria Vencerá (MPV), una organización política encuadrada en el denominado Nacionalismo Popular Revolucionario, de la cual participábamos varios compañer@s que más tarde confluiríamos en La Verón.

Entusiasmados con la experiencia local del MTD de Solano –y en menor medida con la del MTD de Florencio Varela- e influenciados por el desarrollo de experiencias de otras provincias, nos propusimos contribuir a la experiencia que, en la zona sur del Conurbano Bonaerense, comenzaba a gestarse con la conformación de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados.

Fue entonces cuando un puñado de militantes –entre quienes se encontraba Darío- decidimos irnos del MPV y volcar todos nuestros esfuerzos militantes en post de un único objetivo: desarrollar un MTD en Lanús, otro en Almirante Brown, e integrarnos a “La Coordinadora”.

Lo que continúa son años de luchas y subterráneos procesos de organización. Años en los que Darío asumió la Revolución como un compromiso militante cotidiano. “Por algún lado hay que empezar”, dijimos. Potenciar aquellas experiencias que con el tiempo se empezaron a denominar “Movimiento Piquetero”, fue la forma palpable que encontramos entonces, desde aquel puñado de militantes, para aportar nuestro granito de arena al proceso de recomposición de fuerzas de los sectores populares de Argentina. Esa fue nuestra apuesta, hace ya una década. En ese proceso Darío dejó sus días…

Recuerdo haberlo visto contento las últimas veces, durante el otoño de 2002. Siempre junto a Claudia, su nueva compañera. Sabía que se había adaptado bastante bien a la nueva dinámica de militancia en Monte Chingolo, luego de su paso del MTD de Almirante Brown al de Lanús. Allí habían tomado tierras y Darío estaba construyendo su casa. Trabajaba en un emprendimiento de fabricación de bloques de cemento (“La Bloquera”) y había comenzado a participar del área de formación. Los talleres de Educación Popular (E.P) eran algo que a Darío, durante un tiempo, no le había cerrado mucho. Aunque reconocía el valor, al importancia que tenían en la formación política. De todas formas, nos hemos cagado de risa, ambos, de ciertas “dinámicas” de algunos talleres. “Yo la del mono no la hago”, decíamos, refiriéndonos a cierta experiencia visual altamente impresionable por la que habíamos pasado, en un Galpón del MTD de Solano, una vez que entramos y lo vimos al “Cura” Alberto (principal referente del movimiento), haciendo de “mono”, en una representación que entonces coordinaba Sur, un grupo de E.P vinculado a los movimientos.

En fin, esas eran sus tareas de todos los días: asambleas barriales; incipientes proyectos productivos autogestionados; movilizaciones, cortes de ruta, calles y puentes; construcción de salones comunitarios y, también, talleres de Educación Popular. Tal vez por eso, porque no fue un superhéroe sino pibe común, de barrio, que se indignaba por las injusticias y se motivaba por las actividades diarias que buscaran un cambio, es su ejemplo, con los años, ha proliferado. Por eso, desde hace años, junto a los rostros de Kosteki y Santillán se esgrime la consigna “Multiplicar su ejemplo, continuar su lucha”….

(*)Formó parte del Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón en Almirante Brown y actualmente participa del Bachillerato Popular Roca Negra (Lanús), impulsado por el Frente Popular Darío Santillán. Es estudiante de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Publicó Del piquete al movimiento. Parte I: De los orígenes al 20 de diciembre de 2001. Es coautor de Reflexiones sobre el Poder Popular y miembro del Consejo de Redacción de la Herramienta, Revista de debate marxista. Colaborador asiduo del sitio web Prensa De Frente. Para críticas o comentarios: marianopacheco9@hotmail.com.

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